Es curioso que haber estado pintando y limpiando la casa haya contribuído por partes iguales a que no escriba en el blog durante 4 días y a que se me ocurra algo para publicar hoy. El caso es que esta mañana, terminando de ordenar los últimos trastos encontré varios dibujos míos y entre ellos este, que me inspiró el siguiente relato. Espero que lo disfrutéis. Un fuerte abrazo y ¡hasta la próxima!
Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz pudo verla. Parecía haber estado habitada en otro tiempo, ahora abandonada. El musgo y el polvo conquistaban las fachadas de los viejos edificios, muchos de ellos derribados. Como gigantes de acero y cristal se alzaban al cielo desde lo más profundo del bosque y en sus grietas penetraba la luz de un sol amarillo.
Vio que en el suelo y sobre algunos de ellos reposaban
ciudades que como mantos grises se extendían y cubrían la tierra y el
horizonte. También vio playas desiertas que la rodeaban y acantilados
donde rompían con fuerza las olas. Caminó unos metros hasta el borde del edificio. Bajo sus
pies se alzaba un puente que la conectaba con el continente. Aunque allí, en la isla, había muchos más. Puentes
y caminos, elevados y a la altura del
suelo, que unían las inmensas torres y las ciudades entre sí.
Por primera vez se percató del silencio ominoso que allí reinaba.
Tan sólo, de vez en cuando, se oía un eco procedente del bosque, parecido a un
chillido agudo que vibraba en su pecho y que, de alguna forma, le resultaba
familiar.
Entonces Louis sintió miedo.