3 de agosto de 2016

Brain overflow


Algunas tardes en que siento hastío o estrés, me gusta escribir lo primero que se me pasa por la cabeza:


“Creo que ese artículo que acabo de leer tiene mucha razón. Desearía no tener que llevar gafas y poder ver sin ellas. Tengo fe en el método Bates. Lo probé durante un mes y dio resultado, pero me faltó constancia y tener claros los tipos de ejercicios a realizar. Ahora ya no los hago. Tengo demasiadas cosas en la cabeza y se me salen. Saturado, bombardeado, ametrallado de información todo el puto día, mi cerebro necesita vacaciones y mis ojos gimnasia.”


No quiero creerme guay pero creo que este texto vale la pena. Quizá no me dé de comer, pero me ayuda en mi día a día, a tener mis ideas claras, a saber cómo me encuentro en ese momento. Sé que debería, pero me da pena tirar todo esto, hojas donde plasmo pensamientos, ideas, sentimientos, deseos, sueños... Tengo muchísimas acumuladas en una carpeta a rebosar, casi todas del verano pasado. Crear para tirar no tiene mucho sentido, ¿no creéis? Bueno, pero tiene sentido tirar la basura, está claro. Escribir “sin rumbo” es como cagar. Es necesario. Y hablando de cagar, lo malo de la digestión es que, lamentablemente para él, el intestino no es una máquina perfecta y la mierda va dejando poso en sus recovecos a lo largo de su recorrido (siento ser tan gráfico y soez a la vez). Esto a la larga favorece el desarrollo de un rico cáncer de colon. ¡Tomad fibra chiquitines! (1). Al igual que en el intestino, en el cerebro se acumula un poso de ideas aparentemente inmaterial que es la esencia de lo aprendido.  Aunque en el intestino no hay poso bueno que valga, en el cerebro algunos son muy valiosos. No obstante, hay otros de utilidad nula para la vida moderna. 


Por lo tanto, me atrevo a decir que tanto tirar la basura como tirar estas hojas rellenas de pensamientos no tiene nada de malo. Es necesario y beneficioso escribirlas y deshacerse de ellas, como lo es digerir y defecar. Es una catarsis. Vale, pero ¿a dónde quieres llegar? Bueno, creo que la escritura como terapia tiene muy buenos resultados. Y a día de hoy, en plena era de la información la veo muy necesaria. ¿Os acordáis de la típica frase de abuela (al menos mi abuela siempre la dice): “el saber no ocupa lugar”? Pues en mi opinión es rotundamente falsa y no es aplicable en nuestro siglo. Antes quizá había lugar de sobra para cualquier nuevo saber que se quisiera adquirir. De hecho lo que se sabía se sabía bien sabido. Y más que eso, debido a que no existía forma de acceder casi instantáneamente a millones de bytes de contenidos, el proceso de “llenado de tarro de información irrelevante” como ocurre hoy se daba a muy pequeña escala. Más que eso, quizá en épocas pasadas se sabía que el saber no se adquiría de los libros sino que se recogía en ellos. A día de hoy esa idea se desvanece y nos hemos convertido por lo general en consumidores de información pensando que los libros (2) son la única fuente de sabiduría. A día de hoy el lugar es el mismo y los datos (que no el saber) son demasiados. 


¿Capacidad libre en nuestro cerebro o desbordamiento de la pila, tú qué prefieres?

 
 

 La verdad, es todo un dilema...


(1)     Arguiñano te dirá que tomes Activia.     
(2)     Libros, artículos, documentales, tablas. Información en definitiva.    

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