Algunas tardes en que siento hastío o estrés, me gusta
escribir lo primero que se me pasa por la cabeza:
“Creo que ese artículo que acabo de leer tiene mucha razón. Desearía no
tener que llevar gafas y poder ver sin ellas. Tengo fe en el método Bates. Lo
probé durante un mes y dio resultado, pero me faltó constancia y tener claros
los tipos de ejercicios a realizar. Ahora ya no los hago. Tengo demasiadas
cosas en la cabeza y se me salen. Saturado, bombardeado, ametrallado de
información todo el puto día, mi cerebro necesita vacaciones y mis ojos
gimnasia.”
No quiero creerme guay pero creo
que este texto vale la pena. Quizá no me dé de comer, pero me ayuda en mi día a
día, a tener mis ideas claras, a saber cómo me encuentro en ese momento. Sé que
debería, pero me da pena tirar todo esto, hojas donde plasmo pensamientos,
ideas, sentimientos, deseos, sueños... Tengo muchísimas acumuladas en una
carpeta a rebosar, casi todas del verano pasado. Crear para tirar no tiene
mucho sentido, ¿no creéis? Bueno, pero tiene sentido tirar la basura, está
claro. Escribir “sin rumbo” es como cagar. Es necesario. Y hablando de cagar, lo
malo de la digestión es que, lamentablemente para él, el intestino no es una
máquina perfecta y la mierda va dejando poso en sus recovecos a lo largo de su
recorrido (siento ser tan gráfico y soez a la vez). Esto a la larga favorece el
desarrollo de un rico cáncer de colon. ¡Tomad fibra chiquitines! (1). Al igual que en el intestino, en el cerebro se acumula
un poso de ideas aparentemente inmaterial que es la esencia de lo
aprendido. Aunque en el intestino no hay
poso bueno que valga, en el cerebro algunos son muy valiosos. No obstante, hay
otros de utilidad nula para la vida moderna.
Por lo tanto, me atrevo a decir
que tanto tirar la basura como tirar estas hojas rellenas de pensamientos no
tiene nada de malo. Es necesario y beneficioso escribirlas y deshacerse de
ellas, como lo es digerir y defecar. Es una catarsis. Vale, pero ¿a dónde
quieres llegar? Bueno, creo que la escritura como terapia tiene muy buenos resultados.
Y a día de hoy, en plena era de la información la veo muy necesaria. ¿Os
acordáis de la típica frase de abuela (al menos mi abuela siempre la dice): “el
saber no ocupa lugar”? Pues en mi opinión es rotundamente falsa y no es
aplicable en nuestro siglo. Antes quizá había lugar de sobra para cualquier
nuevo saber que se quisiera adquirir. De hecho lo que se sabía se sabía bien
sabido. Y más que eso, debido a que no existía forma de acceder casi
instantáneamente a millones de bytes de contenidos, el proceso de “llenado de tarro de información irrelevante”
como ocurre hoy se daba a muy pequeña escala. Más que eso, quizá en épocas
pasadas se sabía que el saber no se adquiría de los libros sino que se recogía
en ellos. A día de hoy esa idea se desvanece y nos hemos convertido por lo
general en consumidores de información pensando que los libros (2) son la única
fuente de sabiduría. A día de hoy el lugar es el mismo y los datos (que no el
saber) son demasiados.
La verdad, es todo un
dilema...
(1) Arguiñano te dirá que tomes Activia.
(2) Libros, artículos, documentales, tablas. Información en definitiva.
(2) Libros, artículos, documentales, tablas. Información en definitiva.
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